Surfear en San Diego es fascinante. Existe una fauna marina increíble y asombrosa. Sobre todo delfines. Era muy frecuente verles nadar alrededor, o pasar en manada tranquilamente ante nosotros, en las tardes del atardecer, con sus espumillas de agua saliendo de sus lomos, a contraluz del sol del sunset, creando magníficos juegos de luz.
Aunque, sinceramente, a veces resultaba un poco inquietante. Nunca sabías qué y cuándo iba a salir algo de debajo del agua.
En una ocasión estando sentado sólo en el pico esperando la serie, y comenzaron a surgir pequeñas burbujas a mi lado. A un metro de mí. A un metro. Las burbujas fueron creciendo de tamaño, y comenzaron a ser más abundantes, Cada ve salían más, y más grandes, hasta tener la sensación que una porción del agua estaba ebullendo. Me quedé expectante, con cierta tensión, pero de alguna manera sumiso, porque saliera lo que fuera a salir, no podía hacer nada. Era un invitado extraño en el mar, en un medio ajeno a nosotros en el que no pintamos nada.
De pronto, como salido de una caja de sorpresas, apareció una cabeza gigantesca, marrón, con unos grandes bigotes y unos ojos negros inquietantes. Era un león marino. Y ahí se quedó, observándome. Probablemente con la misma cara de asombro y extrañeza que tenía yo. Menuda impresión! No hice nada, me quedé quieto. Tenía al lado a una criatura gigante, que me observaba impasible mientras yo no podía más que reírme de la situación tan surrealista en la que estaba, con un bicho de trescientos kilos a un metro de mí.
Imaginad que estáis al lado de un buey. A un metro. Sabéis que no va hacer nada, pero sólo el hecho de tener un bicho tan grande, salvaje y pesado, tán cerca, hace que no quieras hacer ningún movimiento extraño que pueda hacer que se asuste o lo que sea y que de embista, te empuje o cualquier cosa.
Después de unos segundos de surrealismo, se sumergió y desapareció.
Al cabo de unos meses me trasladé a una nueva casa en una zona más al norte de donde vivía antes. Allí, abajo de la calle, donde acababa la carretera, junto al mar, comenzaba un pequeño acantilado. En ese lugar tomaba el sol en una gran piedra un gran león marino, que disfrutaba de las vistas en un lugar tan fascinante como paradisíaco. Era nuestro vecino, y probablemente el gordo bañista con el que me había cruzado hacía pocos días en el mar.
Qué experiencia tan alucinante poder compartir el mar con tantos animales, verlos tan de cerca y poder admirarlos en vivo, y tán cerca!.
Jaime Diaz de Arcaya
Jaime Diaz de Arcaya