No hay nada más flipante que surfear entre delfines. Aunque mejor con cierta distancia. Viviendo en San Diego era habitual estar en el pico, descansando y buscando la siguiente ola en el horizonte y de repente aparecer a escasos 20 metros nuestros una manada de delfines, asomando sus cuerpos tranquilamente y proyectando al aire sus pequeños chorros de agua en forma de spray, y volviendo a entrar en el agua. Con las crías y toda la prole.

Uno siente la conexión aún más fuerte con el mar, la naturaleza y su ecosistema.

Cuando ocurría ésto en el sunset, con el sol en el horizonte, su luz se filtraba entre los sprays de agua que expulsan de sus lomos, creando juegos de luces con el fondo rojizo del atardecer, digno de un cuadro. Son escenas difíciles de describir.

Pero no nos engañemos, aunque los delfines son animales dóciles y juguetones, no debemos olvidar que cuando los ves, son una especie de músculo gigante gris con un tamaño de entre 2 y tres metros. Es como ver una vaca. De lejos esta ok, muy bonito y campestre, pero, y si te pones a menos de un metro de una vaca?. Entonces, aunque sepamos que no nos va a atacar, impone. Se puede mover para un lado, asustarse, pisarnos..

Lo mismo pasa con los delfines.

La primera vez que vi un delfín salió de pronto, del agua, a un metro de mí. Me llevé un buen susto, la sensación es la misma. Un pedazo de animal enorme, tan cerca, tan bonito e impresionante, pero, al final, una animal salvaje. Al principio me quedé helado, pero afortunadamente vi la aleta con forma de quilla, y en seguida me relajé. Me estaba observando, curioso, y desapareció. Qué animal más bonito…

Progresivamente te vas acostumbrando. Otro día los vimos surfeando dentro de las olas, los auténticos locales de la playa, pasándoselo igual de bien que nosotros. O mejor.

Un día ocurrió algo realmente impresionante. Llegaron unos diez o quince delfines. Era un día de buenas olas, con una actividad intensa, no éramos muchos los que estábamos en el agua, y nos estábamos poniendo moraos. Los delfines comenzaron a coger olas, y a nadar entre nosotros. Al principio nos reímos y quedamos un poco desconcertados, porque nunca antes los delfines habían estado nadando entre nosotros, y aparecían por todas partes.

Cada vez aparecía más y comenzaban a acercarse y a pasar más cerca entre nosotros, y lo más acongojante, cada vez más y más rápido.

De pronto, uno de ellos, salió de entre nosotros desde el agua saltando a una altura increíble, y cayendo de cabeza y desapareciendo. Estaba a escasos tres metros de un chaval que se quedó congelado. De estar riendo comenzamos a empezar a sentir que estábamos totalmente atrapados, inmovilizados, siendo rodeados y con la sensación de que estaban jugando con nosotros los locales, los verdaderos locales del mar.

Nos mirábamos los unos a los otros y nadie reía, estábamos todos expectantes y por qué no decirlo, un poco agobiados.

Ya nadie surfeaba. Los delfines no paraban de aparecer, de nadar hacia nosotros y pasar por debajo, de saltar, de coger olas. Nos tenían como a ovejas, todos parados, disfrutando del asombroso espectáculo, de esta locura. No nos sentíamos amenazados porque sus movimientos, vaciles, pasadas, estaban medidos y controlados, pero la sensación que había en el fondo de nosotros era el que alguno de estos animales gigantescos se viniera demasiado arriba en uno de sus juegos y cayera sobre uno de nosotros con su euforia desatada.

Igual que como llegaron, de repente desaparecieron todos, y volvió la calma. Los locales había pasado un buen rato con nosotros, jugando y vacilando a esas extrañas criaturas, y seguro que se volvieron a las profundidades echándose unas risas.

Jaime Díaz de Arcaya

Artículos recomendados