Surfear en la costa de California es una experiencia fantástica. Además del buen tiempo, de las buenas olas y de un bello paisaje, en el agua existe una gran variedad de fauna marina que hace que sientas la Naturaleza aún más cerca. Desde delfines, focas, rayas, leones marinos..

Para mí ha sido una grata experiencia surfear y conocer sus costas, y tengo recuerdos e imágenes muy bellas y totalmente imborrables.

Afortunadamente en esas aguas no es muy común encontrarnos con nuestro temido animal, el tiburón. En la zona sur de California, en San Diego, hay tiburones azules y gris, pero no les gustan las aguas poco profundas y suelen estar a partir de las dos millas de la costa. Gracias a Dios.

En Baja California, a escasos 50 kilómetros de allí sí que han sido vistos, aunque en raras ocasiones, más cerca de la orilla, pero no es nada frecuente oír casos de algún ataque de un tiburón.

Desgraciadamente en los años en los que viví allí sucedió algo bastante desagradable. Aparecieron los restos de una mujer en una de las playas del sur de San Diego, en Ocean Beach. Nadie daba crédito. La posterior investigación reveló que había sido atacada por un tiburón blanco, un animal que vive en las frías aguas del Norte de California, en San Francisco y Santa Bárbara, o en los estados de más al norte, como Oregon. Pobre mujer!

Nos quedamos de piedra. Según dijeron las autoridades probablemente se trataba de un ejemplar jóven que se había desorientado y había acabado en nuestras costas. Pues menos mal. No nos fue de gran consuelo. Durante tres días nadie surfeaba. Íbamos al parking de una de nuestras playas favoritas, Scripps, y todo el mundo estaba ahí, viendo el mar, unas olas increíbles y nadie en el agua. Algo surrealista, pero no había narices a entrar.

Al cabo de cuatro cinco días hubo algunos que no pudieron más y se empezaron a meter, poco a poco, día a día, hasta que el tráfico en el agua volvió a ser el habitual y se fue recobrando la normalidad.

Sin embargo, la semana siguiente, hubo un hallazgo macabro en nuestra playa. Uno de los restos de aquella mujer apareció en nuestra playa. La Policía dijo que la corriente lo habría arrastrado hacia el norte, ya que pertenecía a la víctima del ataque de la semana pasada, aunque aún así el mal rollo y el acongoje no nos lo quitaba nadie.

Le echamos narices y esa misma tarde volvimos a surfear, aunque con nuestros pies encogidos cuando estábamos sentados en el agua oscura del sunset, que es a la hora que comen los peces.

Y entonces sucedió algo que todavía me pone los pelos de punta.

Al cabo de tres días entró una borrasca. No es muy habitual que haga mal tiempo en San Diego pero en invierno hay días así, grises, con viento on shore y el mar revuelto y choppy. Era un día para quedarse en casa, pero por otro lado había que entrar aunque fuera para darse un baño y no perder la forma. Ese día fui a Del Mar, una mítica playa situada el norte de San Diego, que es citada en una de las más famosas canciones de los Beach Boys, Surfing USA.

Es una playa bonita, con una ola un poco fofilla pero muy muy divertida y de gran calidad. Cuando no hace mal tiempo claro. Apenas había diez personas en el agua, y al ser una playa tan grande estábamos muy separados los unos de los otros, a unos 40 ó 50 metros. Tras un buen rato luchando con el mar bacheado y olas rotas pensé en salir, pero finalmente me quedé esperando una serie con fuerza para poder pillar alguna ola más o menos digna.

Estaba sentado en la tabla, mecido por las olas hacia arriba y hacia abajo. Con mis pensamientos, relajado por el vaivén de las olas que te desplaza hacia arriba haciéndote ver toda la inmensidad del mar, y hacia abajo en el que lo máximo que ves es el agua que tienes a cinco metros de ti. Otro día más.

La siguiente ola me vuelve a subir, y la otra me baja, y me sube, y me baja, y cuando me sube, en el punto más alto, veo a unos veinte metros una aleta negra como la boca del lobo, grande, muy grande, calculando lo lejos que estaba de ella, y con la forma tan famosa y temida. Pocas veces en la vida he tenido esa sensación. Me quedé congelado, mientras que el mar me bajaba de nuevo porque acababa de pasar la ola. 

Cuando me volvió a subir no había nada.

De verdad que no hay palabras para describir la sensación de pánico que me entró. El sentido de la supervivencia te pide salir corriendo, pero, estás en el mar!! Automáticamente me vino a la cabeza avisar al resto. Comencé a gritar, a un chaval que tenía más cerca, pero estaba demasiado lejos y ni me miró. Después, comencé a remar hacia la orilla, que estaba lejos, pero a mí me parecía que estaba a kilómetros.

El mar estaba tormentoso, roto, se nadaba con dificultad, el mar estaba muy picado, y la tabla oscilaba constantemente de arriba a bajo, perdiendo tracción en algunos momentos por nadar en falso, puesto que el agua al estar tan picada aparece y desaparece bajo tus brazos. Avanzaba muy despacio, y aunque pensé que haciendo ruido podía llamar la atención del bicho, por un lado la mar estaba tan picada que pensé que no se escucharía, y por otro, me daba igual. Lo único que quería es salir de ahí lo antes posible.

Por fin llegué a la zona un poco más cercana a la orilla, que seguía estando lejos, donde rompen más olas pero no tan grandes como arriba. Pero estaban tan picadas que no lograba coger ninguna. Se me iba una, y otra, y no veía la forma de escapar de ahí de una vez. 

Mi única idea es que debajo mío podía estar esa criatura, bajo ese agua gris y oscura que me rodeaba, en un día también gris y oscuro, y lo peor, estaba yo sólo. 

Es un poco de coña tener estos pensamientos, porque aunque hubiera habido alguien surfeando conmigo estaría igual de jodido, pero luego pensaba cómo actúa la mente en esos momentos en modo supervivencia: Hey, si somos más igual muerde al otro! Jajaj

No sé, pero me venían todo tipo de ideas estúpidas a la mente, y por otro lado sentía que la tenía bloqueada. Y en eso veo llegar un ola con un poco de forma. Y la remé como no he remado una ola jamás, hasta que me enganchó. En esos momentos era como si me estuvieran salvando los guardacostas. Qué sensación!. Por supuesto no me puse de pié. Ni se me ocurría dar una oportunidad al azar a caerme y perder esa ola que me parecía mi única salvación.

Me agarré a la tabla y la surfeé tumbado hasta casi la orilla. Cuando perdió fuerza ya tocaba pie, y salí corriendo del agua como un rayo. Yo creo que una vez en la orilla seguí corriendo unos metros, hasta tener la sensación de estar bien seguro. Qué sorprendente es la mente a veces.

Alí busque al socorrista pero no había nadie. Tardé un buen rato en dar con alguien de salvamento que me dijo que avisaría al resto.

Pasados unos minutos, descansando, respirando y tranquilizándome me vinieron ideas a la cabeza haciéndome dudar. Quizás lo había imaginado. Habría podido el shock o el miedo de las pasadas semanas haberme hecho una mala jugada?. Pero cuando me calmé un poco hice memoria y me vino de nuevo la imagen de aquel pedazo de aleta negra, que no era de una delfín, los cuales nos acompañaban muchos días en nuestras sesiones en el agua.

Había visto un tiburón y muy grande, y no lo quería volver a ver nunca más. 

Al día siguiente salió el sol, y todos volvimos al agua. Les conté la historia a mis amigos, pero no sé si era porque éramos jóvenes y locos, porque había una día de surf increíble, o porque decidimos que como éramos muchos las posibilidades de que nos tocara la china se diluyeran, nos fuimos todos al agua, y tuvimos un día de surfing alucinante.

Jaime Diaz de Arcaya

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